miércoles, 7 de mayo de 2014

DESDE LA PRIMAVERA.

Pequeño cuento infantil.-
                 PEDRO A TRAVÉS DEL ALMA.-  Erase que se era un niño de siete años que tenía unos papás  encantadores. Preparaban su Primera Comunión con un entusiasmo y un  regocijo como no se recordaba en aquel lugar del sur, entre montañas y saltos de agua. Había transcurrido el invierno con nieves y aguaceros. En las mañanas, ya el sol comenzó a tomar la iniciativa y  no daba pereza  retirar con fuerza las sábanas templadas de la cama,  ni  lavarse ni  prepararse para ir a la escuela. Además, en aquella casa se guardaron los despertadores molestos y ruidosos porque los pájaros se encargaban de espabilar a los moradores y, hasta Barrabás, el gato de la familia, se desperezaba, alargando sus increibles patas delanteras  para, pocos segundos después, curvar su lomo al máximo y fruncir el ceño  junto a sus ojos vidriosos y medio cerrados, como un viejo que lo husmea todo antes de quitarse las legañas.
          Pedro llevaba dos temporadas con las catequesis previas a su primera comunión y, por fin, ese  mayo, justo el día 24, se vería ante el altar, mirando  a aquel señor de pelo largo y rasgos perfectos, aunque doloridos, del que le habían contado algunas  historias tristes y otras no tanto que Jesús, así se llamaba el que murió en la cruz, las resolvía con la mayor naturalidad. Por eso él le admiraba y le llamaba la atención que no mirara nunca con odio a los  que le insultaban  y que en la boda aquella, aunque no hubiera bastante comida ni bebida para tantos invitados, él, sin varita mágica ni nada, se las arreglara para que nadie pasara hambre. De todas formas, Pedro, desde que tenía uso de razón y oía esas cosas, siempre pensó que Jesús era un mago de aquí te espero. Por eso simpatizaba con él y quería hacer la comunión. En su clase había niños que no creían esos "cuentos" cosa que a él no le chocaba  y lo asumía como cosas normales y gustos diferentes.
          Hizo la Comunión con un traje de domingo y su primer pantalón largo. La poca familia que fue a la iglesia, a la salida,  le dieron unos sobrecitos con una propina insignificante, pero  él la dedicó a  comprarse un pincel,  tres de sus colores preferidos y un bloc de papel grueso especial para que las pinturas de acuarela no traspasasen las hojas. Le encantaba pintar. 
            Poco tiempo después, al niño le atacó una enfermedad rara que los médicos no supieron de qué se trataba y, en pocos días, sin nadie esperarlo, se quedó ciego. Sus padres no tenían consuelo y lo llevaron a la capital al mejor especialista, pero no dieron con la solución. A pesar de todo, a Pedro no se le veía triste. Siguió yendo a la escuela como antes y con una grabadora pequeña  cogía las explicaciones de la maestra y luego en casa las estudiaba. Tenía buena memoria  y repetía a sus padres al llegar a casa la lección del día correspondiente.
            Al año siguiente, a primeros de Mayo, Pedro decidió volver a pintar: salió al campo con sus pinceles y colores y adivinó, a través del alma, que aquel camino estaba plagado de margaritas, amapolas, matojos, y también se inundó de aquel olor del romero y del tomillo. La margarita era su flor preferida. Cogió el pincel y lo empapó de uno de los cinco tonos nuevos que le habían regalado sus padres. Terminó el ramo de flores e ilusionado, lo llevó a casa para enseñarlo. Se lo quiso obsequiar a su mamá por ser el día de las madres. 
          -Es precioso, hijo. Nunca había visto unas margaritas de este color.
        -Sí, mamá, ya sé que no hay apenas margaritas malvas, pero es como yo las veo con los ojos del alma, y además lo he hecho así porque es mi color preferido.

Tornasol
             

1 comentario:

  1. Me ha entusiasmado entender que tu relato coincide con el colr de margaritas que puse en el blog para celebrar mayo...beso!!

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