lunes, 24 de noviembre de 2014

RELATO.

UNA DE SUSPENSE.-
            TENSIÓN EN UNA HORA.
Los ventanales del salón permanecían herméticamente cerrados a pesar de ser las cinco de la tarde. Un rayo de sol se colaba indiscreto por una rendija de uno de los cortinones.
          -¡Qué fallo, Nice! Ese trozo de tela se clarea. La tapicería tiene ya muchos años, pero no creo que por ahí se haya visto nada.
          -No, señora, es una insignificancia. No se preocupe  ¿voy quitando ya las tazas de la mesita?
          -Sí, mujer, rápido. Límpiala con un multiusos y las tazas no las dejes sucias en el fregadero, frótalas a conciencia y, bien secas, las pones en la vitrina.
          Doña Águeda iba de una esquina a otra del gran salón, miraba el reloj de pared, después confrontaba el de su muñeca, se frotaba las manos sin parar, examinando las dos butacas, minutos antes ocupadas, y por último la alfombra por si descubría algún papel o detalle, que delatara aquella tarde, la presencia de alguien que no fuese Nice y ella misma,
          ¡¡Nice, trae mi linterna  y ven enseguida!!

          Nice llevaba diez años en la casa. Obedecía a su señora hasta la saciedad. Entró a su servicio siendo casi una niña y todo lo bueno y malo que sabía  se lo había enseñado ella, además de recibir un gratificante salario y buenas propinas.
          -Mira, Nice  ¿ves esas manchitas?¡Son de sangre! ¡Son recientes! Tranquila ves al baño, ¡ah! primero miras a ver si  hay algún  pelo largo rubio por el lavabo. Quítalo. Luego en la repisa, hay un pulverizador, echas agua, un buen chorro de amoniaco y lo mezclas. Y trae también dos toallitas de aseo. ¡¡Vuela, muchacha!!
          Mientras Nice va al cuarto de baño, doña Águeda mira el reloj. Sólo quedan veinte minutos para que regrese su hijo. Con los ojos desorbitados, piensa: "!Ay, Dios, no me acuerdo bien!! Tengo que buscarlo por internet si la sangre en la alfombra se quitaba con amoniaco  o con agua oxigenada, y luego creo que había que absorber la humedad con un secador de mano"
          -Señora, aquí tiene todo, ¿lo voy rociando?
          -Sí, sí, ya desconecto el ordenador. Venga, tú frota con un paño, yo con otro, tú con éste, ahora seca, ahora alisa con la aspiradora. Fuerte, fuerte. Ya está, ¿se nota algo? Ha desaparecido, bien Lleva todo al trastero. ¡Quedan cinco minutos!  Cuando dejes todo en orden, te vas al invernadero. Compruebas con detenimiento si se ha descolocado la colcha de flores que tapa a la novia de mi hijo. Esa lagarta se ha quedado con las ganas de sacarle todo el dinero al bueno de mi Nacho. Menos mal que él no entra ahí por su alergia. Después te vienes despacio, sin cansarte, sabes que pasadas las doce tenemos trabajo.
          A los siete minutos justos, al abrirse, la verja del chalet chirrió más que nunca.
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Tornasol. .maribel sebastián.

6 comentarios:

  1. Nunca una colcha de flores tuvo una utilidad tan siniestra, Tornasol.

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  2. "Muchas veces las apariencias solo son un delgado barniz que esconde grandes dosis de crueldad y violencia…" le va que ni al pelo (no es mía la frase, pero tu relato me llevó a una pelicula de las de antes y ahí estaba esta reflexión) … Bien hecho.

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  3. JA, JA. Hay que volver al arsénico; no da tanto trabajo.

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  4. Tornasol, el amor de una madre llevado al extremo. Bien reflejado.

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