miércoles, 30 de diciembre de 2015

NO ES UN DÍA CUALQUIERA.-


 
NO ES UN DÍA CUALQUIERA.-  Es de esos días lánguidos, imprevistos. No se sabe si es festivo o de trabajo, aunque se ven personas con bolsas, apresuradas, mejillas rojas, bufandas que no dejan apenas respirar, abortando el aliento del friolero de turno, gestos y ceños pensativos. No van al trabajo porque llevan ropa de diario y son las once de la mañana. Todavía hay gente desayunando en el bar y las cristaleras se empañan a ratos. El olor de las tostadas y los churros se aspira por toda la calle y algún niño salta juguetón de la mano de su madre que empuja el carro de la compra. Las hojas pequeñas caen de los álamos y acacias, balanceándose entre docenas de ramas desnudas con mil formas apuntando al cielo. Comienza el invierno. Tan sólo un abeto se ilumina con fuerza en el ambiente. Es el tradicional árbol de Navidad, con bolas y tiras brillantes enredándose sin orden ni concierto; se divisa desde abajo en el portal, expuesto en el mirador del piso más alto. Las luces intermitentes y multicolores parpadean a lo largo de la avenida, guiñando el ojo a las chicas que cierran la peluquería de al lado.
          Ha transcurrido la mañana con un silencio inusual. Sólo de fondo, en las casas, el ruido de la olla expres, el de la aspiradora; risas de los niños redondeando pelotitas de algodón  esparciéndolas por el musgo y el serrín del Nacimiento, convertidas en nieve a los ojos de las visitas y familiares con espíritu infantil.
          Ha llegado el atardecer de un día lánguido, inesperado, pero el más importante  para los niños y para los creyentes porque nacerá Dios, el Niño Jesús. Así lo afirman hace más de dos mil años, en gran parte del mundo.

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