Tomo mi desayuno en la cafetería. Lo he pedido descafeinado por si el presentimiento que me ronda se hiciera realidad. Espero algo ¿a alguien? pero no sé. Le consulto al reloj por si sus manillas me advierten que aún no es la hora; después a los posos del café que renegrean en la taza y bailan cautelosos como microbios sabiondos, anunciando a su pitonisa que la cita se cumplirá, y que en ese autobús azul llegará al fin el joven, mi joven con su mochila y sus playeras deportivas, respirando salud, transmitiendo dicha, nuevos proyectos a flor de piel, promesas y palabras que brotarán de sus labios apenas conocidos, inexplorados, ansiosos quizás por explorar los míos.
Desciende algún viajero. El transporte público se queda vacío. Él no viene. ¿Se habrá olvidado de la cita? ¿Habrá tenido un accidente en el gimnasio? Si hubiera sufrido un esguince yo le curaría. Para eso soy enfermera. Cuando se lo dije la otra tarde, parece que le gustó. Siempre es bueno tener remedios así en casa.
Pero, total, lo he visto ¿cinco, seis días? ¿Qué ha habido entre nosotros? Miradas que se mantienen, sonrisas de complicidad, su mano sobre la mía, quizás con más fuerza de lo necesario, ojos entornados que sueñan con un anochecer tibio, de marzo., aromas intensos de los arbustos recien regados del parque, colores malva de almendros en flor y, sobre todo, una ilusión auténtica por mi parte que se evapora como burbujas en la bañera y como el humo del tubo de escape de ese segundo autobús que acaba de partir.
Tornasol
Más bien nos planta un Marzo traicionero Tornasol. Buena pincelada, del desamor también se vive...
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