-Las Casualidades:
Las casualidades actúan al principio de la trama y al final. Resulta curioso que una obra en la que se trata de racionalizar un hecho histórico, repleto de menciones filosóficas y del ser huma no como “materia”, sea la Casualidad la que haga que Tomás y Teresa se conozcan. Y más curioso resulta que ambos crean firmemente en esto. En algo parecido al destino. Tomás expresa que son seis las casualidades que le ha acercado a Teresa (Pág, 42, Tusquets, 16, Primera parte “Peso y levedad”) y no deja de sorprenderse por que hechos tan al azar, de entre una eternidad de posibilidades, sean estos los que confluyeron para acabar de amar a Teresa. A Tomás le duele el estómago cuando las recapitula, es así cada vez que se angustia. No tiene fuerzas para ir en otra dirección distinta, es el “tiene que ser” de Beethoven contra el “podría haber sido de cualquier otro modo”. Es impactante que reduzca el amor a eso, mientras siente que la levedad está en los encuentros amorosos con otras mujeres.
Para Teresa, la Casualidad, son señales que inequívocamente la llevan al amor verdadero. A la ruptura con su vida de camarera. Señales como que alguien lleve un libro, denotan para ella códigos secretos de mutuo entendimiento. Unicos y especiales. Así sucede cuando se encuentra en el piso con el supuesto ingeniero, con el que comete su única infidelidad a Tomás. Ella ve un libro en la estantería Edipo de Sófocles (Pág. 161, Tusquets, 16 de Cuarta Parte, El alma y el Cuerpo) “siente que es Tomás quien la ha llevado a ese piso, a esa infidelidad”. Para Teresa hay sólo una casualidad que le lleva a conocer a Tomás, la gran casualidad, un destino único e irrevocable, cuando en el momento de pedir un copa en el bar de Teresa suena Beethoven. A partir de ese momento su alma pugna por salir de todas “las arterias y músculos de su cuerpo”.
-Las Pesadillas de Teresa:
Las pesadillas nocturnas de este personaje son uno de los elementos más potente que estructuran la novela. Aparecen insertadas en la trama de forma constante, y no desaparecerán hasta el último día de sus propias vidas. Teresa sueña constantemente, Tomás siente que debe protegerla, que debe escucharla, es de las únicas ocasiones que él se emociona, que siente que la ama. No soporta el sufrimiento de Teresa en este aspecto, es lo poco que le hace reaccionar. Las pesadillas reflejan la constante angustia de ella por el temor a ser abandonada. También juzgada y menoscabada por el resto de amantes. La muerte y el sexo (Eros y Tanatos) cobran una pulsión muy fuerte, es cuando duermen cuando ambos descansan de su materialidad, cuando el amor es más puro entre ellos, pero se ve constantemente saboteado por la pesadilla del abandono.
-El propio Kundera:Esta novela tiene un narrador que nos despista hasta bien avanzada la trama. El lector tiene la sensación de que es un omnisciente el que pulula todo el tiempo entre los personajes. Pero es en realidad una primera, en concreto el propio Kundera, el que se hace a sí mismo motivo estructurador ya que vierte sus opiniones e impresiones personales de los personajes y de la literatura sobre las mismas:
-Pág. 41, pág. 88, 1, de la tercera parte “Palabras incomprendidas” (La única explicación que encuentro), Pág. 95, 2 de la tercera parte (“Si yo hubiera seguido tras las conversaciones de Sabina y Franz), son ejemplos de su presencia como autor, ya no como narrador testigo de los hechos. Aunque la más clara de las intervenciones provienes de la página 232, 15 de la quinta parte (Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que nunca se realizaron. Por eso los quiero por igual a todos y todos me producen el mismo pánico: cada uno de ellos ha atravesado una frontera por cuyas proximidades no hice más que parar. Es precisamente esa frontera -la frontera tras la cual termina mi yo-, la que me atrae). En esta última incluso vierte un comentario íntimo acerca de cómo y porque construye sus personajes, esas posibilidades que son él mismo.