AGUA DEL CIELO.- La palabra LLUVIA es de las más bonitas del diccionario. En un día de lluvia te conocí. Yo salía del metro después de veinte minutos de trayecto, donde mi ropa seguía conservando ese olor a día hermoso, a naturaleza clara y solariega, a deseos de un verano tan próximo como apetecible; estábamos en abril, un principio de primavera incoloro, de olor a nada, sin sabor a mar, ni a cielo húmedo, ni a volar de aves con aleteos rápidos y ruidosos. Subiendo las escalerillas hacia la salida, no vi nada, pero sí noté algo. Algo en las mangas de mi traje de lanilla azul marino. Eran unas manchitas más oscuras, redondas y minúsculas como si, poco a poco, mi chaqueta de entretiempo se fuera agujereando con tanta delicadeza y con un mínimo de violencia, que no podía tratarse de ningún insecto, ni de ningún niño con tirachinas. De pronto, aspiré el aire con algo de olor. Un olor gratamente agradable y fresco que me invitó a seguir aspirándolo y yo le invité a acariciar mi cuello y mis pequeñas solapas y, hasta que llegué al último escalón, se tomó la libertad de despeinar mi pelo que ya, no sé porqué, había comenzado a alisarse
Noté el cambio de temperatura, la diferencia de dentro del vagón a la de allí fuera, en la calle, y saqué de mi bolso un pañuelo de seda blanco. No sé porqué me acordé de Audrey Hepburn y me lo anudé como lo hacía ella, detrás de la nuca. Le quedaba tan bien. Fue entonces cuando me di cuenta de que las manchitas de mis mangas eran unas insignificantes gotas de lluvia que hacían su aparición en esos momentos, pero era indudable que no querían molestar, Deseaban pasar inadvertidas porque cuando miré al cielo no las vi. Ni siquiera al mirar a las persianas oscuras de aquel quiosco de periódicos, pero cuando viniste tú, más alto que yo, solícito con un gran paraguas gris, discreto pero elegante, y me lo ofreciste, tomando delicadamente, casi sin rozarme, mi brazo, yo me dejé llevar. No te había mirado, no sabía si eras guapo o feo, sólo pensé que eras mi ángel de la guarda que había venido a liberarme del diluvio que se originó un minuto después hasta llegar al portal de mi casa. Y sigo pensando que la palabra LLUVIA es de las más bonitas e imprescindibles hasta para enamorar.
Para todos los enamorados
Tornasol
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