domingo, 19 de agosto de 2012

VERANEAR.


TARDES DE AGOSTO.- 
              La terraza de la tarde. Una música marchosa con la canción del verano que comienza a sonar. De la gasolinera de la esquina nos llega otra melodía más lenta, como si el aire del sur la arrastrase hacia nuestra mesa y sus notas se adentraran cadenciosas, sensuales, en nuestros sentidos y en las copas de bitter con hielo y limón.
          Los ojos de dos gatos diferentes y juguetones nos atraviesan hipnotizando con sus andares de faraones. Sus bigotillos se estiran y encogen percibiendo, desde la distancia, el aperitivo de gulas con picante. La madre nacarada y de tonos grisáceos, espectante, medio oculta, les sigue en silencio, en puntillas, en  complicidad, en forma. Se desliza invisible, como si una presa que podría ser un ave distraída, la ignorase entre los setos, pero no, no, sólo pretende expiar a los hijos, estar alerta y brincar, por si un peligro acechase en la carretera, o una ingenua pelea les enemistase.
          Frenan cerca varios coches a llenar el depósito. Cada cual con una música distinta que se escapa por la ventanilla abierta.
          El bitter se acaba. Queda hielo en el fondo. Sonidos heterogéneos confunden nuestra casi concluída charla. Despega un planeador del aeródromo cercano que roza el alto emparrado de la terraza. Viaja rápido entre las nubes bajas y el viento, compositor de otra música de silbidos.
          Antes de marcharnos, decimos adios con la mano en alto al planeador que sube, sube, se esconde entre el cielo gris.


Tornasol

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