Hoy (salvo que lo hiciéramos en narrativa infantil) casi todo el mundo se reiría en un taller literario de un cuento en el que los animales hablaran. También las flores. Aunque ni siquiera nos atreveríamos a expresar la carcajada, camuflaríamos la crítica atroz con un calificativo muy usado, el de pintoresco (amén de enjuiciar a la persona que hace hablar a los animales en un cuento, como poco de inocente, inocente).
Pero a parte está Wilde, la excepción a la regla, la señal cuentística de ser un maestro, y de importarle un pepino tanto el elogio como lo imposible, sus relatos procesan el pensamiento y la emoción en toda clase de bicho vivientes, las rosas parlotean, los lobos se quejan de las cuchilladas frías en la nieve.
Oscar Wilde, sacudió a sus coetáneos no sólo con su vida privada, sus preferencias y excesos, la Literatura fue para él ese espejo extraño y ambiguo que desdoblaba su mundo en dos: Los cuentos inocentes, como "El Gigante Egoísta" o "El Príncipe Feliz", donde animales y humanos interactuaban con total naturalidad, sumergidos en existencias intensas y únicas. De otra parte los cuentos irónicos, siniestros, demoledores, como "El Crimen de Lord Arthur Savile" o "El Fantasma de Canterville", blancos y negros, luces fatigantes y sombras gigantescas, Londres fantasmagórico e hipócrita, bailes de salón cada noche, resaca en las carreras de caballos.
Ya sabemos de Wilde en el teatro, y de cómo se las gasta con la novela. Ahora tal vez debamos volver a releer sus cuentos también. Donde lo imposible a él le venía muy pequeño. Me imagino al escritor, avispado, culto, malicioso, riéndose a solas mientras las frases le brotaban de las manos plasmando bosques repletos de fauna charlatana. De la cara que décadas después pondríamos. Pero hay que estar muy loco o ser especial para encararse con lo que es factible o no. Para reírse de uno mismo y de lo qué es real. Para simplemente ponerse a escribir, y no pasar la vida imaginando que un día escribirás. Que sí, que te pondrás a ello, que de otro verano no pasa. A parte siempre está Wilde, un ejemplo de ternura y descaro que debemos llevar en nuestro propósitos, ¿por qué no?
Criticaslocas.
Efectivamente, Críticas, para hacer lo que hacemos -casi sin recibir nada a cambio- debemos estar muy locos, pero... bendita locura, ¿eh?
ResponderEliminarTornasol
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSí, ¡bendita sea!
ResponderEliminar