sábado, 21 de julio de 2012

COSAS DE GENIOS.


DE LAS PINTURAS DE HOPPER 
                Ella era así, tan peculiar. Recuerdo con nostalgia sus clases entre sus silencios y sus monólogos: los primeros, -como las pinturas de Hopper-  "con una rara angustia y fascinación"; los segundos, interesantes, universales, magnéticos. Conservo como pétalos entre las hojas de un cuento mágico, tres folios con las reproducciones de pinturas de Edward Hopper, que ella nos dio para escribir relatos como ejercicio de literatura.
Si es que era posible reproducir en palabras los tonos embriagadores, fuertes, llenos de vida, y a la vez inmersos en una soledad claustrofóbica de este pintor estadounidense que la profesora me presentó y me invitó a darle  la bienvenida como si, efectivamente, estuviese allí, en persona, en esa vieja habitación descansando en una cama de colcha deshilachada, enfrente de esa humilde casa de dos pisos, o de ese hotel con el baño desconchado, porque las  ilustraciones están ubicadas de tal manera, tan en suspense como un film de Hitchocock que, irremediablemente, es preciso preguntarse  qué hay detrás de la mujer del cuadro  -la del bar nocturno tan pensativa-; la chica semidesnuda con un libro  abierto, casi caído entre las rodillas sin ánimo de involucrarse en sus páginas en la habitación de hotel del año 31; con esa luz y esas sombras que te recuerdan a veces a Rembrandt o Vermeer; y la frustración latente que se adivina en esos tres personajes, al parecer desconocidos entre sí, con ese camarero de blanco  tras la gran barra que rodea casi toda la cafetería americana, titulado por su autor "Nighthawks", del año 1942 -uno de los más conocidos de Hopper y también de los más representativos del cine negro-
          Es irónico advertir que el último cuadro que pintó antes de morir fuese "Dos Cómicos" Pierrot y Pierrette, en 1.966, como si para él la vida hubiera sido una representación teatral junto con su modelo y mujer, donde al final, agradeciese al público  inexistente que le hubiesen dejado en paz, solo con su mundo interior lleno de color y de luz.
           No puedo por menos que, desde aquí, desde el Museo Thyssen-Bornemisza, recordar a Sara y agradecerle que ella me presentase a este artista, (aun riéndose de mi ignorante sabiduría), con ese lujo de detalles sobre su vida y su obra.

tornasol

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