SOY YO ESE.- Salió de improviso por una esquina cercana a la plaza. Iba con una especie de trotecillo muy peculiar y balanceaba la maleta llena cual si llevase un paraguas ligero, o tal vez una cajita de buñuelos de viento .
Eusebio miró al cielo y su gesto amplio denotó que le agradaba lo que veía, pues alguna nube tenía forma de dibujo infantil y el sol le engañaba, se escondía y volvía, se escondía y volvía. Se introdujo por la primera calle a la izquierda. Sonrió cuando vio el pequeño jardín contiguo al aparcamiento. Nada había cambiado en un año: el corro de los pensamientos seguía siendo amarillo; los dos bancos de piedra tenían la misma figura cada uno. La estatua del primero era de un anciano sentado en la orilla con bastón. En el banco más lejano, reposaba un escolar también de piedra, con su mochila de colegio. Pronto llegaría a su casa. Ya distinguía el balcón del tercer piso lleno de geranios, el toldo del vecino de la letra C. continuaba roto. ¿Y los gorriones del tejado, serían los hijos o los nietos de los de antaño? ¿Estaría su mujer haciendo gazpacho para la comida? Seguramente, por eso no habría ido a buscarle. Ella sabía que salía hoy a la hora prevista. Se paró a contemplar los castaños del paseo, sus hojas frescas, aún pequeñas y limpias como bebés recién bañados. Algún deportista haciendo footing y respirando libertad, esa libertad que él por fin percibía. Se buscó en el bolsillo la llave de su puerta. No la encontró y llamó:
-Hola, Carmen, ¿estás haciendo la comida?
-¿Es lo único que se te ocurre preguntarme nada más llegar?
-No, dame primero un beso, mujer, como nos vimos anteayer...
-Pues sí, estoy haciendo gazpacho que te gusta.
-¡Qué bien! en el psiquiátrico nunca nos lo ponían.
-Por cierto, ¿te han dado ya el informe?
-Sí, sí, me lo ha firmado el doctor. Lo he mirado por encima, estoy completamente curado. Justo al borde de los cuarenta años, ¿te acuerdas? los hago mañana.
¡Ah, sí! se me había olvidado. Felicidades anticipadas.
-Oye, y la niña, ¿se acordará?
-¡Qué cosas se te ocurren! la niña tiene bastante con su sesión de pilates, con poner mensajes a sus amigos en el smartphone y con irse de marcha.
-Pero, si sólo tiene quince años.
-Ya, no sabes lo que ha cambiado en este tiempo. No es igual verla un poco de visita que tenerla en casa dando el coñazo.
Eusebio al día siguiente fue a su trabajo donde había pedido la excedencia para curarse. El jefe y los compañeros lo recibieron con agrado y con una tarta felicitándole por su cumpleaños. Lo de "Bienvenido, muchacho", tan familiar sobre el pastel, le había sorprendido tan enormemente que, al martillear una pata de la silla que estaba encolando, se dio en una uña. No se quejó, pero descansó para limpiarse los ojos. En el trabajo la gente le valoraba., era un buen ebanista. Su mujer le ponía la medicación de mantenimiento día tras día en la mesilla, y él la tomaba con el desayuno. Todo sobre ruedas, hasta la niña se mostraba más formal y estudiosa. La vida le sonreía sin ese pijama de hospital. Se puso en contacto con el equipo de frontón de siempre para echar alguna partida dos veces por semana. ¡Al fin, podía calificar ese estado como de casi plena felicidad.
Al día siguiente, en el metro, vio una persona conocida. Pero, -¿Qué hace ese con mi chaqueta? Claro, lleva el roto que me hice ayer en el forro; a ver si el cuello es de pana marrón... míralo, claro, de pana marrón y... con los botones de madera. Los pantalones vaqueros también le están largos y se los come con el tacón del lado derecho de mis zapatos negros con cordones. ¡Qué desfachatez! Guiña el ojo izquierdo. ¡Venga ya! no disimules es un tic. Justo, pelirrojo y con coronilla. Amigo, te vas a quedar pronto calvo. Desde luego, esto es el colmo, ¿a quién se dirige ahora? A la señora joven de ese asiento. Pero, ¿cómo? si es Anita, la chica que me gustaba y me dio calabazas, con la que yo me quería casar.
Me la ha jugado cochinamente. Ese era... ese soy...
Maribel.- Club de Escritores.
Palabras 719
Eusebio miró al cielo y su gesto amplio denotó que le agradaba lo que veía, pues alguna nube tenía forma de dibujo infantil y el sol le engañaba, se escondía y volvía, se escondía y volvía. Se introdujo por la primera calle a la izquierda. Sonrió cuando vio el pequeño jardín contiguo al aparcamiento. Nada había cambiado en un año: el corro de los pensamientos seguía siendo amarillo; los dos bancos de piedra tenían la misma figura cada uno. La estatua del primero era de un anciano sentado en la orilla con bastón. En el banco más lejano, reposaba un escolar también de piedra, con su mochila de colegio. Pronto llegaría a su casa. Ya distinguía el balcón del tercer piso lleno de geranios, el toldo del vecino de la letra C. continuaba roto. ¿Y los gorriones del tejado, serían los hijos o los nietos de los de antaño? ¿Estaría su mujer haciendo gazpacho para la comida? Seguramente, por eso no habría ido a buscarle. Ella sabía que salía hoy a la hora prevista. Se paró a contemplar los castaños del paseo, sus hojas frescas, aún pequeñas y limpias como bebés recién bañados. Algún deportista haciendo footing y respirando libertad, esa libertad que él por fin percibía. Se buscó en el bolsillo la llave de su puerta. No la encontró y llamó:
-Hola, Carmen, ¿estás haciendo la comida?
-¿Es lo único que se te ocurre preguntarme nada más llegar?
-No, dame primero un beso, mujer, como nos vimos anteayer...
-Pues sí, estoy haciendo gazpacho que te gusta.
-¡Qué bien! en el psiquiátrico nunca nos lo ponían.
-Por cierto, ¿te han dado ya el informe?
-Sí, sí, me lo ha firmado el doctor. Lo he mirado por encima, estoy completamente curado. Justo al borde de los cuarenta años, ¿te acuerdas? los hago mañana.
¡Ah, sí! se me había olvidado. Felicidades anticipadas.
-Oye, y la niña, ¿se acordará?
-¡Qué cosas se te ocurren! la niña tiene bastante con su sesión de pilates, con poner mensajes a sus amigos en el smartphone y con irse de marcha.
-Pero, si sólo tiene quince años.
-Ya, no sabes lo que ha cambiado en este tiempo. No es igual verla un poco de visita que tenerla en casa dando el coñazo.
Eusebio al día siguiente fue a su trabajo donde había pedido la excedencia para curarse. El jefe y los compañeros lo recibieron con agrado y con una tarta felicitándole por su cumpleaños. Lo de "Bienvenido, muchacho", tan familiar sobre el pastel, le había sorprendido tan enormemente que, al martillear una pata de la silla que estaba encolando, se dio en una uña. No se quejó, pero descansó para limpiarse los ojos. En el trabajo la gente le valoraba., era un buen ebanista. Su mujer le ponía la medicación de mantenimiento día tras día en la mesilla, y él la tomaba con el desayuno. Todo sobre ruedas, hasta la niña se mostraba más formal y estudiosa. La vida le sonreía sin ese pijama de hospital. Se puso en contacto con el equipo de frontón de siempre para echar alguna partida dos veces por semana. ¡Al fin, podía calificar ese estado como de casi plena felicidad.
Al día siguiente, en el metro, vio una persona conocida. Pero, -¿Qué hace ese con mi chaqueta? Claro, lleva el roto que me hice ayer en el forro; a ver si el cuello es de pana marrón... míralo, claro, de pana marrón y... con los botones de madera. Los pantalones vaqueros también le están largos y se los come con el tacón del lado derecho de mis zapatos negros con cordones. ¡Qué desfachatez! Guiña el ojo izquierdo. ¡Venga ya! no disimules es un tic. Justo, pelirrojo y con coronilla. Amigo, te vas a quedar pronto calvo. Desde luego, esto es el colmo, ¿a quién se dirige ahora? A la señora joven de ese asiento. Pero, ¿cómo? si es Anita, la chica que me gustaba y me dio calabazas, con la que yo me quería casar.
Me la ha jugado cochinamente. Ese era... ese soy...
Maribel.- Club de Escritores.
Palabras 719
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