El Nobel concedido a Alice Munro nos llena de satisfacción a los que, como es mi caso, la admiramos desde hace tiempo. Sus relatos son obras perfectas, de precisión. Con un estilo apacible, en ellos se van desgranando como por azar las claves a veces terribles, siempre misteriosas, del comportamiento humano. Porque para Alice Munro las personas pueden ser sencillas, pero nunca vulgares, ya que la complejidad sin fin de la vida humana redime a muchas existencias de su aparente falta de interés. Cómplice de sus lectores, porque en sus cuentos tan decisivo como lo que se expone es lo que se vela y protege, nos ha ido regalando a lo largo de los años sabios retratos de mujeres, aunque también de hombres, tiernos unos, inquietantes otros, aterradores algunos, pero todos ellos muestra fiel de la palpitante riqueza de la existencia. Gracias, doña Alicia.
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