domingo, 21 de junio de 2015



Para leer con
"Rumores de la Caleta" - Isaac Albeniz





Mientras Pablo, su antiguo dueño, estuvo en aquella zapatería el teléfono sonaba todos los meses un día, siempre el mismo y siempre a la misma hora. En ese instante todos callaban y en medio de un silencio sepulcral se le escuchaba decir con voz muy queda: “Hola mi amor”. La conversación era siempre breve y al terminar limpiaba con delicadeza el auricular, que de tanto apretarlo con sus manos, acababa pringado de betún y sudor.

Un día a Pablo se le paró el corazón y el teléfono, que nadie ha tocado desde entonces, enmudeció con él.

Llegó de Cádiz, me dijeron, y murió solo aquí, en La Habana.

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