FRÍO EN EL ALMA.- He visto caer las primeras nieves. Frío en el alma y en la punta de la nariz. No, no estoiy en la calle, ni en una montaña, ni cerca de un río, ni siquiera tras los cristales. Veo la pantalla pequeña. Los copos mojan el televisor, y la señora que camina deprisa con paraguas, pero sin chubasquero ni rebeca, me ha contagiado la tiritona de la gripe ¿cómo es posible tanta telepatía? No la conozco ni la he visto los carrillos colorados ni las manos temblonas, pero no puedo evitar toser. Necesito coger un clínex y sonarme los mocos. Llevo la bata y las zapatillas de estar en casa, y la calefacción está a todo meter, pero tiemblo. Me castañetean los dientes, se me revuelve el flequillo, como si el viento frío que ha azotado las hojas de aquel chopo, ya débiles y casi incoloras, hubiera tenido la osadía de visitarme, así, sin avisar, sin anunciarse, con esos aires de grandeza.
Hay interferencias del tiempo desapacible. Un campo desolado, inhóspito, veo gente de lejos, algún burro con alforjas, personas medio desnudas, niños que corren detrás de no saben quién porque les ciega el viento y la arena, tienen hambre, tienen sed; veo una bañera con agua caliente y espuma y un niño riendo, de la misma edad de los que corren, una mamá que lava los cabellos rubios y le acaricia con mimo, mientras le pasa la esponja por la cabeza. El niño que corre también busca a su mamá, pero no la encuentra. De pronto, veo a una mujer tirada, sin conocimiento, con los ojos cerrados y las manos atrapando con fuerza un hato por donde asoma un biberón que contiene algo de leche. El niño, de tres años a lo sumo, sucio, despeinado, lloroso, se arrodilla ante la mujer localizando el biberón y absorbiendo hasta la última gota. Tras la pantalla, me limpio con un pañuelo la cara con copos de nieve y tierra adherida. Se me revuelven las tripas. ¡Tengo ganas de vomitar!
Tornasol.
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