“El cuento es para Cortázar el
territorio de lo fantástico en todas sus variantes, el lugar de la extrañeza
que irrumpe en lo cotidiano en forma de pesadilla, de sorpresa o de revelación.
La tensión entre lo irracional y la rutina, el tema del doble, la distorsión
del espacio y el tiempo están presentes en muchos de estos relatos en su
expresión más definitiva.
En esa frontera imprecisa que separa
la realidad de la ficción y el sueño de la vigilia, allí donde el misterio
surge de lo trivial se sitúan algunas de las claves del Cortázar más
sorprendente, variado o provocador, del que escribía Vargas Llosa: La
verdadera revolución literaria de Cortázar está en sus cuentos.”
Relatos de Cortázar:
Estos dos párrafos anteriores
podrían resumir perfectamente los tintes
de la obra literaria de Cortázar en cuanto a relato breve. Pero conforme
uno se adentra en su narrativa siente que aunque sean párrafos precisos,
Cortázar es más; un universo independiente dentro de la literatura, una
auténtica revolución del género que nace de su admirado Borges o Poe, un
verdadero observador de aquello que está en la materialidad y sin embargo la
gente no ve.
A Cortázar, la realidad le sirve
para exponer lo que no se ve, que también existe. No resulta una contradicción,
ni tampoco un disfraz de ingenio para atraer al lector, los juegos de tiempo en
sus historias, las dobles vidas, el surrealismo, resaltan precisamente la
sensibilidad de su propia mente. Cortázar puede ver los fantasmas, puede ver
vidas reencarnadas (“Todos los fuegos el fuego”), la ilusión materializada del
deseo (“Bruja”), la isla del tiempo como un bucle desplegado en la realidad (“Autopista
del Sur”), el lado enigmático, solitario y surrealista de la vida (“Carta a una
señorita de París”).
Sus personajes no son enfermos
sin embargo, simplemente deambulan por una fisura de la realidad aparente. Esa
fisura tiene su propio fractal de vida, su coherencia. Su maestría natural a la
hora de acercarnos un personaje nos simplifica el ver normal que un acomodado
burgués vomite conejitos, los veamos fehacientemente saltando por el cuarto de
París que éste ha alquilado a la señorita Andrée, solidarizarnos con el
protagonista cuando trata de tenerlos ocultos en el armario, comprender que
escoja un final trágico para aliviar la angustia porque jamás podrá tener una
vida normal como el resto de las personas…
Sus personajes son supervivientes
de los misterios de lo cotidiano, por
eso pueden pertrecharse en un recodo de la carretera del Sur de París, tener la
enorme urbe de París enfrente pero a la vez inalcanzable, un atasco monumental
que acaba creando un miniestructura social, los dueños de los coches luchando
por su propia existencia.
Cortázar crea mundos e historias
donde a nadie se le ocurriría. Aprovecha cada recoveco de los acontecimientos o
de la rutina para mostrarnos que ahí puede haber un relato. Y no un relato
aceptable, sino un gran relato. Es por esto que resulta intrascendente y
estéril el debate que siempre ha recaído sobre él acerca de si sus temáticas
narrativas son universales o no; Cortázar es un mundo en sí mismo, no sólo por
la originalidad de su obra sino porque ha sabido conjugar a la perfección
poética (las imágenes de sus relatos son de una calidad extraordinaria) con el
lado sórdido de la vida.
Sus personajes a menudo son algo
paranoides, maniáticos, grandes desconocidos que se adaptan a la sociedad de su
tiempo como pueden. A la vez, la “visión del mundo” que ofrecen al lector, a
través de imágenes bellísimas y sencillas, o bien evidenciando sentimientos comunes
como la soledad que a veces todos sentimos, es totalmente novedosa, única, no
hay dos Cortázar en la Literatura.
París será con frecuencia el
escenario perfecto de sus relatos (Carta a una señorita de París, Cartas a
mamá, Autopista del Sur, El perseguidor), y con muy buen ojo crítico impregnará
la ciudad de descripciones realistas, nos hará ver un París bohemio, un París
turístico, aprovechando todos esos tópicos para reafirmar al lector el ideal
que se tiene de siempre de esas ciudad.
Pero una vez más Cortázar nos
desarmará rompiendo ese ideal a través de los personajes que nos muestra: París
es una ciudad surrealista, de lo cotidiano puede surgir cualquier cosa, de un atasco monumental (Autopista del Sur)
un domingo de tantos, la gente se queda atrapada semanas en el asfalto, la
gente tiene que sobrevivir si quiere llegar a la “civilización”, la gente
mercadea con los alimentos y los víveres, vive en la incertidumbre y el miedo,
todo a escasos kilómetros de la gran urbe europea.
Cortázar transforma los
escenarios más comunes en bucles temporales y espaciales de lo más misterioso. La
naturalidad de su narración es tan lograda que al lector no le cuesta nada
creer lo más inverosímil. Esa es la maestría de este escritor. Tanta veces
imitado, y tantas veces sin conseguirlo.
Cortázar no se conforma con que
esos bucles den esquinazo a lo cotidiano; tiene varios relatos cuyo salto
radica en el tiempo (Todos los fuegos el fuego, Bruja), juega con vidas
paralelas marcadas de los mismos acontecimientos, haciéndonos dudar siempre con
la frontera de lo que es ensoñación y existencia, fatalidad y destino, muerte y
renacimiento, deseo y caos.
No nos resulta difícil
encariñarnos con sus personajes pues todos tienen algo de desprotegidos, de
solitarios, de abandonados en el otro lado de la existencia. No se pueden
mostrar tal cuales son o sean, porque de hacerlo la gente se horrorizaría
(Bruja), o sólo inspirarían lástima (Carta a una señorita en París) o diríamos
que están locos (Autopista del Sur, cómo vamos a ver normal que alguien quiera
finalmente quedarse en un atasco caótico para el resto de su vida).
Pero adivinamos por su fuerza,
que sin embargo puede que existan, que este tipo de personajes e historias
existen y caminan entre nosotros, que Cortázar sólo nos los ha expuesto por que
es un privilegiado que puede verlos. Porque nosotros estamos del lado
aparentemente más lógico, sólido y por lo tanto es lo real, estamos en el lado
correcto, ellos no.
Queda por desgranar si Cortázar
está en ese lado oculto o en el que aparentemente parece que es el real. Pienso
que como lector hay que hacerse esa pregunta, aunque sólo sea por la cantidad
de este tipo de personajes que reproduce una y otra vez en sus historias.
Porque pienso que muchas veces el escritor escribe en el fondo de su propio
mundo, de lo que ha vivido, de lo que conoce. Es un misterio a resolver, en qué
lado vivió.
Este análisis se queda muy escaso
en comparación a la profundidad y extensión de su obra. Ya que hubo muchos
Cortázar. Todos esparcidos entre historias
de personajes ajenos: Tenemos al Cortázar melancólico y enamorado de Rayuela,
el hombre culto que sabía tanto de música, el perfeccionista que sólo le vale
lo sublime, el narrador de los argentinos en París, y del Buenos Aires
afrancesado.
Pero analizar a Cortázar puede
resultar infinito. Acaso resulta un imposible, como la linealidad del tiempo
que siempre él rompió en sus relatos.
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