Es una fotografía: Un sudario tapa tus brazos devastados a pinchazos. Tu madre quiere besarte, peinarte, pero la sujetan. No para de gritar nunca supe nada. Nunca extrañé nada. Le quitan el peine, me piden que lo esconda. Ella se cae al suelo, tu juventud le quema las entrañas. Isabel dámelo, por favor, dámelo. Le dan agua, la bebe entre arcadas. Sus ojos se van cerrando poco a poco, morados. Rezan. Rezan hasta que se duerme.
Cierro la puerta. Nos quedamos solos, tú y yo. Tengo las manos tan frías que no percibo tu piel acartonada. Primero paso los dedos por tu frente. Paso el peine por tus rizos, muy lento ¿Te acuerdas de la pluma que me regalaste? La llevé en mi estuche muchos meses. En el patio, cuando los niños me empujaban, me iba al rincón y escribía con ella. Le puse tu nombre aunque fuese de madera. Le puse tu nombre a muchos versos también. Todos repletos de azules y amarillos. Lejos de los portales oscuros a los que ibas. Lejos de las calles iguales. Lejos del olor a ácido y a limón. Cuando venías, no te los podía leer por vergüenza. Pero tú me sonreías y me abrazabas. Tu corazón latía cada vez más despacio. Alejándote. Cubro tu cara con la sábana. Siempre cubro tu cara. Siempre pongo la mano en tu pecho. Tu madre estás detrás de mi. Me sonríe. Me dice lo mucho que me quieres. Me da la mano. Todos están alrededor pero ella ya no llora. Me da la mano ¿Vamos a rezar?
De Isabel Simón, "Textos Rescatados".
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