En la imagen, te grito. Tu cara siempre es de sosiego, enormes ojos irisados, la mano honesta sobre la libreta. Siempre doy un portazo. Bajo los escalones de tres en tres, estoy harta de juntar palabras; arrojo el poema a la alcantarilla más grande. Me consuela imaginar que te apena. Es el viento que no me deja escucharte pero miro y las ventanas están vacías. No está tu figura, todo es silencio. Cuando apareciste las calles dejaron de ser iguales. ¿Iguales o grises? ¿Qué elegirías? La poesía es precisión del alma. Qué quieres contar.
Gris como el humo del cigarro sobre el fondo amarillento. No, no sé lo que significa liviano. No sé que quiere decir uvular, párvulo, anatema, ni miríada, ni estigio. ¿Saber lo que son para no usarlas? Si eso es lo que deseas, sí. Odio todo lo que me enseñas porque son instantes inalcanzables. Odio a tus hijas, sus rostros tranquilos, regalándome los zapatos del año anterior. Odio tus libros prestados, el eco precioso que dejan en mi, la herida del camino lento. Los domingos siempre en la calle, rebuscando en la basura. Un fascículo del quantroccento, El Mercader de Venecia sólo hasta la mitad, algunos relatos mohosos de Holmes. Siempre es el mismo banco o el mismo café. Llueve y no puedo escribir; miro el monedero y no tengo para otra consumición. Gris como el humo del cigarro sobre el fondo amarillento. Bueno pues gris como el humo del cigarro sobre el fondo dorado. Escaleras a trompicones otra vez. Y no vienes. Siempre te quedas sentado, la mano sobre el cuaderno. Es la vez número veinte que lo cambio. Lo has reescrito veinte veces, se dice. Bueno, gris como el humo espeso sobre el fondo sepia. Tu risa es un sonido agudo, aterciopela tu cara redonda. Doy vueltas al pupitre, agarro la manivela, me rindo. Ya está. ¿Cuál fue la primera frase? Ya no me acuerdo ¿Qué las tiraste todas? Yo tampoco me acuerdo, pero quizá fuera la mejor. Debías haberlas guardado. Puedo hacer mil si quiero. Ninguno sirve. ¿Por qué? Porque primero tienes que saber qué quieres contar querida, pero de momento tenemos bastante con que aprendas a dosificar el indirecto libre. ¿El qué? ¿Qué es eso? No mañana no, dígamelo ahora. Por favor, se dice. Si eso, por favor. Anda, ven aquí Isabel, siéntate.
A don Agustín, siempre queriéndole.
De Isabel Simón, “Textos Rescatados”.
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