La tarde vaticinaba un sol demoledor y gigante, como lo es Barbazul, el caballo del ogro de Kaltenborn. Menos mal que El Ajenjo ya nos tenía preparado un solo con hielo para pasar el trance. Hipnódromos, señales, la foria, palomas plateadas, gemelos simétricos, napolas, todo bajo la supuesta bendición de San Cristóbal, cuando ya consumado el Destino, Abel porta la estrella en su hombros, la inocencia. Menos mal que la tertulia se suavizó con la pesca de Hispaniola y las risas de China. Porque si hubiera sido por Abel, el protagonista del Rey de los Alisos, nos hubiéramos quedado atrapados en la ciénaga en la que él se hunde, ¿una fábula siniestra?, vaya universo el de Tournier. Magnífico y extraño, como su cara de niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario