Camilleri saltó de la estantería para avisar a Aurora que El Beso de la Sirena era una historia especial, de esas que apetece leer varias veces, de esas que te hacen sonreir y subrayar mucho sus páginas. Y es que hay que apegarse a la buena costumbre de pedir un vaso de vino antes de hablar, construir casas sencillas, mitad hacia el océano mitad aferradas a la tierra, comer debajo de un olivo, caerse de los árboles para saber cuál es el camino de vuelta.
Camilleri deja por un tiempo al comisario Montalbano y nos muestra parte de su infancia, invenciones y mitos, amores y sirenas, trasfondo calmado de saber que es un capricho de escritor bien merecido. Que son más de cuarenta años narrando, era hora de que tuviara este descanso.
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