UN AGOSTO EN LA TERRAZA DEL BAR.-
Oigo de lejos el eco de guitarras, bandurrias y voces bravías de mujeres con cantes de la tierra. Jotas toledanas que me recuerdan a mis antepasados, mis tías, mi abuelo, con aquellos instrumentos algunos caseros, cuyo nombre, por lo rudimentario, nunca aprendí. Sopla un aire templado que desplaza las ramas caídas, mientras seis ojos verdes de tres gatos distintos y mirones, espían con atención lo que el camarero me trae a la mesa de la terraza: boquerones fritos, lo suficientemente tostaditos como para resucitar a toda la especie felina del barrio. Tomo un sorbo de espuma de la jarra abombada "así me gusta a mí la cerveza y no en vaso estrecho como la ponen en la mayoría de los bares. Es que en este pueblo todo es especial. Hay que ver qué molinos tan hermosos, como corresponde a La Mancha"
Por fin, agarro un boquerón con los dedos índice y pulgar de ambas manos, y lo mastico bajo la inquietante expectación de los mininos. "¡Qué bien se está! A pesar de dar el bar a la carretera, a estas horas apenas pasan coches o algún lento tractor. Puedo oir con claridad la música de la Rondalla sustituyendo las jotas manchegas por boleros románticos que vienen con el viento del sur, impulsado por las aspas de los molinos, melodías, sin duda, ensayadas para estas calurosas fiestas.
El verano pasado vine por la vendimia.
Aquellos tractores sí que regresaban de las viñas repletos de racimos pegajosos y brillantes con el resplandor del atardecer. ¡Y qué rancho en el campo!! Recuerdo el olor a vino añejo y las moscas zumbonas, revoloteando entre los frutos verdosos. Este año, por variar, he venido a las fiestas de agosto. Me dijo un tío mío, el que vive aquí: -Mira, muchacho, vente esta semanita al pueblo a relajarte. Son las fiestas. Va a tocar un conjunto muy bueno y sé que el año pasado estuviste la mar de a gusto. Ya verás cómo bailan las chavalas y qué paellas más sabrosas hacen en la plaza. Pero no pidas las típicas gachas. Ahora podrías explotar.
Aquellos tractores sí que regresaban de las viñas repletos de racimos pegajosos y brillantes con el resplandor del atardecer. ¡Y qué rancho en el campo!! Recuerdo el olor a vino añejo y las moscas zumbonas, revoloteando entre los frutos verdosos. Este año, por variar, he venido a las fiestas de agosto. Me dijo un tío mío, el que vive aquí: -Mira, muchacho, vente esta semanita al pueblo a relajarte. Son las fiestas. Va a tocar un conjunto muy bueno y sé que el año pasado estuviste la mar de a gusto. Ya verás cómo bailan las chavalas y qué paellas más sabrosas hacen en la plaza. Pero no pidas las típicas gachas. Ahora podrías explotar.
Entre la luz titilante de las farolas, veo bajar por la cuesta a veraneantes y forasteros. El sol quiere jugar al escondite con ellos y dos chicas se cubren la espalda semidesnuda con un chal. Todos sonríen. Seguro que mañana me los encuentro por los alrededores del paseo o visitando los lugares más atractivos del pueblo. Fdo/Maribel Sebastián Juárez.
Tornasol.
Que bien huelen esos boquerones.
ResponderEliminarVaya Tornasol qué éxito el tuyo, no paras...
ResponderEliminarAbrazo