RESPETAD LAS PLANTAS.-
Cuando ví de lejos al dueño del vivero, un señor alto y huesudo con cara de malas pulgas, me escondí detrás de un arbusto abultado de dos colores, con hojas amarillas y verdes, de un tono brillante que, según me dijo papá, se llama Evónimus Japónica porque proviene de Japón. Mi padre me habla mucho de todo eso, porque ya sabes que es un botánico empedernido, no es porque siempre lleve botas, sino porque estudió dos cursos de esa especialidad llamada "Botánica", que investiga y trata de las plantas. Yo me oculté en cuclillas detrás del arbusto y así no me veía, pues el dueño se alejaba continuamente al otro extremo del vivero a revisar todo. Entonces aprovechaba aquellos minutos para corretear libre con la carretilla, de acá para allá, con mis chulos pantalones de peto.
Cuando ví de lejos al dueño del vivero, un señor alto y huesudo con cara de malas pulgas, me escondí detrás de un arbusto abultado de dos colores, con hojas amarillas y verdes, de un tono brillante que, según me dijo papá, se llama Evónimus Japónica porque proviene de Japón. Mi padre me habla mucho de todo eso, porque ya sabes que es un botánico empedernido, no es porque siempre lleve botas, sino porque estudió dos cursos de esa especialidad llamada "Botánica", que investiga y trata de las plantas. Yo me oculté en cuclillas detrás del arbusto y así no me veía, pues el dueño se alejaba continuamente al otro extremo del vivero a revisar todo. Entonces aprovechaba aquellos minutos para corretear libre con la carretilla, de acá para allá, con mis chulos pantalones de peto.
Ese día, el calor de pleno verano aún no asaba a las aves juguetonas que se escondían en los huecos de los árboles pero, de tanto correr me sudaban enormemente los piés, y más con esas playeras de cordones cerradas y molestas que me compró mamá. Menos mal que me había metido en la mochila, por si el calzado nuevo me rozaba los dedos, unas cómodas sandalias. Me las puse y seguí jugando. Al cabo de hora y media, un gusanillo muy listo que a veces rasca en mi estómago, me avisó de que ya tendría preparada en casa la merienda de mortadela -la que más me gusta- y, a lo mejor, una chocolatina de postre de esas sin azúcar que no estropea la dentadura. Rápidamente me puse otra vez las playeras, cogí la mochila y me dispuse a regresar al chalet. Tenía un paseito bueno hasta mi casa y, de repente, me tuve que arrascar el pié derecho tres o cuatro veces, ¿se me habría metido tierra o alguna china? Al llegar a mi dormitorio y descalzarme, dí un brinco parecido al de los canguros, ¡vaya susto!...........
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