lunes, 23 de enero de 2012

RECUPERAR LA FUERZA DE LAS PALABRAS.

     Estamos sumergidos en el mundo apasionante de las palabras. Es un terreno que, cuando lo pisas, (quienes escribimos) parece como si te hundieras en un lecho de pétalos de flores, a medida que vas descubriendo nuevos sonidos, nuevos colores, nuevas músicas que te conducen, paulatinamente, a una historia inventada o real. En el Suplemento de Babelia del  p.p. sábado, 2l enero en El País, la profesora de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Doña Pilar García Mouton, escribió un artículo titulado "La fuerza de las Palabras"  del que extraigo algún párrafo, a mi parecer, interesante:
          "Al margen de los juegos de manipulación que tiran de ellas, que las tironean con intención de cambiarlas, las palabras tienen una vida apasionante. Una vida que retiene las huellas del pasado al tiempo que mira hacia el futuro porque, hay palabras como nube, cielo, agua, mar, amor, vida, muerte, noche, día o luna, que parece haberse mantenido inalterables a través de los siglos, lo normal es que, de vez en cuando, el léxico nos recuerde que las lenguas viven en un proceso de cambio que nunca acaba. Cíclicamente, y empujados por estímulos variados, los hablantes necesitamos adoptar palabras nuevas y crear o copiar otras. No hace tanto tiempo modas rabiosas que luego resultaron pasajeras, y adelantos técnicos modernísimos entonces, nos trajeron palabras como guateque, cuchipanda, elepé, pickúp, aeroplano, magnetófono, que hoy sirvan para dar nombre a los recuerdos. Bastantes años antes, la moda de lo gitano popularizó: chipén, postín, fetén y gachí, y entre los nombres de las prendas de vestir llegaron para quedarse algunos anglicismos como jersey, mientras pullover fue languideciendo como ahora languidecen los gallicismos petimetre, rendibú, o patatús.
          La experiencia humana está  construida sobre palabras, pero sólo algunas se perciben como propias, de casa, de la infancia, de la juventud, de amigos  y las hay que envejecen unidas al recuerdo de determinadas personas a los afectos, a las circunstancias de una época. Por eso, con los años, los hablantes adquieren conciencia de que también por sus palabras ha pasado el tiempo. Palabras con olor y sabor especialmente pegadas a la tierra de origen.  Y una lengua como el español, que ha extendido sus palabras por el mundo y ha tomado muchas de las hablas y las lenguas cercanas, se presta como pocas a desentrañar este tipo de afectividad léxica porque atesora palabras aragonesas como "ababol" amapola; noroccidentales, como "apañar" coger fruta; manchegas como "cucar" guiñar un ojo, etc.  Muchas refugiadas en América como: chinela, frazada, dulcería: en Andalucía; palabras que van y que vienen como los cantes para realimentar entre sí las distintas variedades de español
          Aprovechar la inagotable curiosidad de los hablantes por la lengua, a través de una historia de sus palabras ; revivir el contexto en el que las aprendieron y conocer cuál es su situación actual, puede ayudar a ubicarlas y en algún caso, incluso a recuperarlas, es una oportunidad de que conozcan mejor su lengua y su propia historia. Porque saber cómo son las palabras, de qué materia están hechas, cuál es su origen y dónde se conservan, contribuye a devolverlas prestigio, dignidad,  y un sitio al menos en la lengua pasiva de todos. Es cultura lingüística para hablantes curiosos."

Tornasol. 

2 comentarios:

  1. Yo he leído el artículo y me hap parecido buenísimo! Qué buena idea divulgarlo aquí. Tornasol, gracias.

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  2. Gracias a tí por haber puesto el comentario con tanta rapidez. Llevamos tiempo sin aparecer. Se ve que el tiempo nos es tan imprescindible como la palabra. Mua, mua, mua.
    Tornasol

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