Chispazo.- Llegó en verano con la alegría y la intensidad del sol. Lo ví por vez primera protegido e importante. Salía de un palacio con todas las comodidades y no protestó por el cambio brusco ni por el calor, pues su dueña y señora lo había preparado para cualquier adversidad. Esta Reina que era su madre, se lo entregó, sin romperlo ni mancharlo, a su Rey y esposo, señor de la otra estancia que pronto abriría sus puertas con campanillas y sonajeros, a los Tres seres más dichosos de la Tierra. Antes de eso, los pocos súbditos del lugar, ansiosos por verificar este milagro, lo acogieron con guiños, salvas, ojos húmedos de emoción, labios jugando entre la risa y el llanto... dedos temblorosos que no se atrevían a rozar esa piel de muñeco transparente y suave, no recordada en otros antepasados, palmas de dicha por tal acontecimiento. Mientras, fuera, las nubes brincaban de júbilo; el sol componía sonatas nunca escuchadas por el contorno que, melodiosas, se adentraron con prisa en aquella sala y, sobre todo, en aquella cuna depositada allí, momentaneamente, en volandas, quizás por algún querubín invisible.
Pasó poco más de un año y los guardeses lo aguardan en la guardería. Los amiguitos , unos risueños, otros llorosos, también. Pero, queridos míos, ¿os he revelado de quién se trata? Alzo los brazos. ¡Es nuestro nieto DIEGO ! Le digo fuerte: ¡¡CAMPEÓN!!l
Pasó poco más de un año y los guardeses lo aguardan en la guardería. Los amiguitos , unos risueños, otros llorosos, también. Pero, queridos míos, ¿os he revelado de quién se trata? Alzo los brazos. ¡Es nuestro nieto DIEGO ! Le digo fuerte: ¡¡CAMPEÓN!!l
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