QUIMET:
Colometa ve a Quimet por primera
vez en el baile con las flores. “Tenía unos ojitos de mono y llevaba una camisa
blanca con rayitas azules, arremangada sobre los codos y el votos del cuello
desabrochado”. Tal y como aparece en ese baile, nervioso, de acá para allá,
puro azogue, con determinación y persuasivo, así será su comportamiento durante
el matrimonio. Severo, alocado, cambiante y brusco, hasta despiadado con sus
hijos.
Quimet es inquieto por
naturaleza, y su madre confiesa a Colometa que desde niño ya fue así. Nadia
podía sujetarlo y su relación siempre fue difícil. El es impulsivo y no deja
que Colometa “se meta en sus asuntos de
hombre” ni vaya siquiera a su taller de trabajo. Quimet tampoco goza de buena
salud, aunque el lector acaba sospechando que hay mucho en sus quejas de
“llamada de atención”. El decide todo, cuándo se hacen las cosas y cómo. Y va
ahogando a Colometa poco a poco, reduciéndola a una mujer cada vez más triste.
Colometa acaba por aborrecerlas
porque mina su espacio y su casa. Y solo es más trabajo y desorden, y ella no
puede más. Todos los amigos y la madre, parecen apoyar siempre a Quimet en
todas sus decisiones, Colometa parece invisible.
Aunque los amigos no sean malas
personas, y ayuden a su manera a los proyectos de Quimet para la cría de
palomas. Tampoco sabemos quién contagia a quién, pero pronto se harán
milicianos para el bando Rojo. Los tres amigos, Quimet, Cintet y Mateu
siempre danzan juntos. Y los tres mueren en la guerra y Colometa se queda de
nuevo sola en el mundo.
Quimet pasará a ser una sombra
en la vida de Natalia, un peso enorme en sus experiencias, que la hará vivir en
constante tensión…”Y si volviera de la guerra, y si no estuviera muerto”. Los
años pasan para ella “encerrada en casa porque el corazón se le había hecho
pequeño”. Y siempre Quimet en su cabeza, sin dejarla respirar. Como si siguiera
vivo. Igual ejerciendo miedo como si estuviera vivo.
Al fin y al cabo la novela nos
habla de maltrato en la mujer, de fantasmas que no se van a ninguna parte y
siempre invaden los recuerdos. Las últimas páginas de “La Plaza del Diamante”
son el espejo de esa liberación final, por una vez en la vida Colometa grita a
pleno pulmón delante de su antigua casa, deshaciéndose de una vez por todas del
oscuro peso de Quimet y del poder que él ostentó toda la vida sobre ella.
Has vuelto a Colometa ¿eh? Es verdad, hija, con el buen tiempo se ven por la calle más palomas que nunca. Que se lo digan a mi nieto. Ayer corría como un loco tras ellas. Abrazos.
ResponderEliminarTornasol.